Cuando me mudé a India no sabía casi nada del lugar en el que me encontraba. Había aterrizado cargada con un montoncito de impresiones que no eran más que un buen puñado de estereotipos y clichés entre signos de interrogación. Apenas unas pocas ideas que se deshilacharon durante el trayecto en taxi que me llevó desde el aeropuerto a mi nueva casa. Ese no saber me traía algo muy valioso. Podía empezar a construir un conocimiento en primera persona casi desde cero y tenía el privilegio de poder hacer las preguntas que me apremiaban a las personas indicadas. Podía abrir una conversación en comunidad. Podía, simplemente, callarme y escuchar.
Pasaron aún un par de meses hasta que me sumergí en el conocimiento que me traían los libros. Así conocí a través de mis amigos la narrativa de Jhumpa Lahiri con la diáspora como centro y aprendí que no es lo mismo escribir desde dentro de India que desde fuera. También llegaron a mí los relatos de Mahasweta Devi visibilizando la violencia contra las mujeres o los ensayos de Harini Nagendra y Seema Mundoli sobre los árboles de India y que merecen todo un género para ellos solos. Entre todas esas nociones que aprendía me interesaba sobretodo la historia de las escritoras. Quería saber dónde estaban, quiénes habían sido y quiénes son en presente. Leí, pregunté, investigué y me quedé atrapada en una fascinante tela de araña de la que no he sabido salir.
En India hay evidencia de la escritura de las mujeres desde el siglo VI a. C. En un artículo publicado por Antonia Navarro Tejero, titulado “Literatura y activismo social en India”, se menciona como la documentación que se conserva se menospreció y deterioró y acabó por desaparecer en muchos casos; pero en algunas colecciones privadas, en centros de documentación aislados o en la memoria prodigiosa de algunas personas pervivieron algunos de esos textos escritos por mujeres. Dice Navarro Tejero sobre ese registro:
Descubrieron que las mujeres intervenían en los debates, mujeres familiares de famosos escritores que escribían, un grupo de prostitutas de Benarés que escribió una colección de elegías cuando un famoso escritor hindú murió, un encuentro de mujeres poetas, una mujer que en el año 1920 compró una editorial para publicar sus ciento quince novelas y obras de otras mujeres, testimonios de monjas budistas del s. VI a.n.e., mujeres poetas rebeldes durante la época medieval, historiadoras de la corte en el s. XVI y, en general, desconocidas poetas, novelistas y escritoras polémicas de los s. XIX y XX.
Así sabemos que hubo una escuela para mujeres poetas, religiosas y cortesanas que cultivaban la poesía o barrenderas de baja casta (para las que el acceso a la educación y el conocimiento siempre ha sido más difícil) que crearon. Mujeres de toda clase social y religión, en cualquiera de las diferentes lenguas que se hablan en un país tan extenso y diverso en tradiciones, costumbres, historia e ideologías.
Todo lo que he aprendido se ramifica hacia puntos de los que no veo el fin. Saber que el acceso a la literatura india es aún tan escaso en español vuelve a presentarme algunas reflexiones previas. Me hace preguntarme una vez más por las lógicas del mercado editorial y los criterios que lo rigen, que son, en muchos casos, arenas movedizas al servicio de lo mainstream; o sobre la injusta nomenclatura de “literaturas periféricas” como etiqueta para todas aquellas obras que operan en otros códigos culturales y sociales que se alejan de un falso centro (muy blanco, muy masculino, muy “occidental”). Y como estas preguntas no se agotan sino que se extienden como ondas y la ignorancia es ancha y propia, hoy simplemente quisiera comentar un par de muestras que me ayudaron a entrar en la poesía contemporánea india escrita por mujeres.
Estas lecturas fueron “Viento negro y otros poemas” de Deepti Naval y “La vieja casa de juguete y otras historias” de Kamala Suraiya Das, ambos publicados por Torremozas en España, y que resultan una excepción y una oportunidad.
Deepti Naval habla en "Viento negro y otros poemas” de soledad y depresión, del aborto, la amistad y del tránsito en una ciudad que envuelve y mece su malestar y desazón. También hace un terrible experimento: los textos de la segunda parte de este libro son el resultado de una estancia voluntaria como observadora en un hospital psiquiátrico para mujeres. La poeta usó esta experiencia para contar la violencia sexual e institucional que las internas sufren en estos espacios, el miedo y las horas oscuras, y las prácticas sanitarias inhumanas.
Por su parte, Kamala Suraiya Das publicó los poemas de “La vieja casa de juguete y otras historias” en la década de los setenta y se atrevió a abrir la conversación sobre la sexualidad femenina, los pliegues en un matrimonio que se desbarata y la culpa. La creación de estos poemas cargados de erotismo y deseo (y con ellos del deseo de ser sujeta) ocurría en paralelo a su intenso activismo por la emancipación de las mujeres en un contexto posterior a la independencia política y territorial de India que no había cumplido sus promesas con ellas. En su poesía también se encuentra una infancia idealizada y la nostalgia del hogar de su abuela, que se representa como una figura protectora dentro de una casa oscura y sin grandes lujos. La infancia es para Suraiya Das la libertad, el amor y la seguridad. De ella me gusta especialmente este verso: “Hablo tres lenguas, escribo en dos, sueño en una”. Un verso que se entiende mejor si sabemos que fue una autora que prefería escribir poesía en inglés y ficción en malayalam (lengua del estado de Kerala), porque en India lo común es moverse entre lenguas como un anfibio.
Sigo buscándolas, ya de vuelta en Granada, donde las conversaciones y las preguntas siguen abiertas, desde donde aún puedo contar con la amabilidad de los interlocutores-amigos que me atienden a muchos kilómetros de distancia, donde puedo seguir recordándome que el mundo es bastante más grande y diverso y que esa es la mejor parte.
Un poema de La vieja casa de juguete, de Kamala Suraiya Das:
La vieja casa de juguete
Planeabas domesticar una golondrina, retenerla
en el largo verano de tu amor para que olvidara
no sólo las frías estaciones y los hogares dejados por el camino, sino
también su naturaleza, la urgencia de volar y los infinitos
senderos del cielo. No fue para adquirir conocimiento
de otro hombres más que vine a ti, sino para aprender
quién era yo y al aprenderlo, aprender a crecer, pero cada
lección que me diste fue sobre ti mismo. Te complacía
la respuesta de mi cuerpo, su clima, sus frecuentes y superficiales
contracciones. Babeaste saliva en mi boca, te derramaste
en cada rincón y grieta, embalsamaste
mi pobre deseo con tus jugos agridulces. Me llamaste esposa,
aprendí a trocear la sacarina en tu té, y a
ofrecer las vitaminas en el momento apropiado. Encogida
bajo tus monstruoso ego comí del fruto mágico y
me convertí en una enana. Perdí la voluntad y la razón
a todas tus preguntas murmuraba respuestas incoherentes.
El verano comienza a hacerse pesado.
Recuerdo las brisas más fuertes del otoño
y el humo de quemar las hojas.
Tu habitación tiene siempre luz artificial,
tus ventanas están siempre cerradas.
Incluso el aire acondicionado ayuda poco,
ante el penetrante olor masculino de tu respiración.
Las flores cortadas en los jarrones han comenzado a oler a sudor humano.
No hay más canto, ni baile, mi mente es una vieja
casa de juguetes con todas las luces apagadas.
La estrategia del hombre poderoso es siempre la misma,
sirve su amor en dosis letales,
porque el amor es narciso al borde del agua, obsesionado
por su propio rostro solitario y, sin embargo, debe al fin buscar
un final, una libertad pura y total, debe desear que los espejos
se rompan y que la noche amable borre el agua.
Si has llegado hasta aquí, gracias por leer.
Hasta la próxima 🌺
María
Un extra: la poesía de la poeta Priya Surakkai Chabria .
¡Guau! La información compartida, la experiencia, el último poema... Gracias por esta lectura, bella 💕
Gracias por compartir y abrir un horizonte hacia la poesía india!